Retrato de un profesor de la escuela pública

Al tipo se lo intuye buena persona. Enseguida pensás “qué buen tipo”. Es profesor en una escuela pública. Se ve que le gusta su profesión, que sabe que todos esos chicos ahí, nacidos en desventaja, tienen una sola posibilidad en un mundo horrible y es ahí, en la escuela, donde de una vez y para siempre pueden acercarse a esa oportunidad.

Él sabe algo que sus alumnos no, y no tiene que ver con conjugaciones, con tiempos de verbo, con desinencias. O también, pero es más urgente. Tiene que ver con la vida misma, y cuánto cuesta hoy un profesor que quiere decir algo sobre la vida a sus alumnos. Pero esos chicos también saben algo que el profesor no, desconfían de esa y de todas las instituciones porque ven que hay un espacio enorme entre lo que es y lo que debería ser, entre lo que se enseña y lo que se vive. El diálogo es de sordomudos. Y a los gritos.

No sabemos casi nada del tipo. Sabemos que da clases y que quisiera que eso sirviera para algo. Que se desespera porque ahí enfrente un montón de adolescentes tienen más problemas de los que él puede enfrentar. Son chicos, los ve, los siente, inmersos en una superficialidad que lastima. Son mensajes de texto sobre la nada, discusiones interminables sobre fútbol contaminado de nacionalismo o viceversa, de desesperación ante un futuro que no dice nada, que no ofrece nada, que no seduce nada. Un futuro que se desmiente a sí mismo, porque todo el tiempo asegura que no va a venir. Uno intuye que el tipo todo el tiempo intenta recordar por qué empezó con todo eso, qué cosas quería, en qué cosas creía cuando empezó a dar clases. Qué pensaba él que en los cuarenta, cincuenta años útiles que tendría, podría aportar a que todo no se vaya, finalmente, al diablo. Algo pensó cuando era joven, algún ideal sobre el ser humano lo movió y se metió en una carrera que seguro no lo iba a hacer rico, ni famoso, ni poderoso.

Pero le iba a permitir ser mejor, hacer mejores a los otros. Se hizo profesor, se lo ve, interesado. Y tiene todo en contra. Pero es profesor, caramba, ¿es que alguien le pondrá su nombre a una calle alguna vez? ¿Entenderemos alguna vez que sin hombres y mujeres así, con ganas de ser profesores, no tendremos solución alguna y olvidate de la seguridad y todos esos salvavidas?

Y ahí sus alumnos. Que miran, le discuten, pelean, se desorientan una vez y otra vez y otra vez. Chicos rodeados de peligros, chicos que no son peligrosos, están en peligro. Chicos básicos que aprenden lo básico y creen que la fuerza es la victoria; el desprecio, la gracia; la ignorancia, la libertad. Y uno lo ve al tipo ahí, tratando de que a esos pibes su propia vida no les resulte indiferente. Y que quiere decirles que se preocupen, que se ocupen, que hagan algo, por lo que más quieran, que hagan algo. Está claro que es difícil en estos tiempos tener 14. Es difícil relacionarse con alguien de 14. Los puentes fueron dinamitados. Con suerte los padres tenían cuatro canales de televisión cuando eran adolescentes. Hoy sus hijos viven en las pantallas. Nunca en la historia de la humanidad una generación cambió tan radicalmente respecto de la anterior. Y todo se agrava y se acelera.

¿Cómo si no es con el ejemplo se les enseña? Chicos a los que debe ser dificilísimo decirles que estudien, que hay un camino, que hay un sacrificio y que está bueno hacerlo, porque conocer es poder y a menos ignorancia, menos esclavitud. La película es francesa, se llama Entre muros, acaba de ser estrenada y tiene premios y todo eso. En este diario le pusieron diez puntos.

Acá en el Sur, a todos los problemas reales de Entre muros se les suma la miseria; todo es más cruel, más definitivo. Lo comprueba la obra Acassuso en el teatro Andamio 90. La contracara tercermundista de Entre muros.

¿Qué pasaría si tantos padres de hijos adolescentes, si tanto profesor desesperado, tanto alumno desorientado fueran al teatro, fueran al cine juntos? ¿Qué pasaría si por una vez aquellos padres que pasan de todo se tomaran el trabajo en serio de pensar en sus hijos y apagasen una noche la tele, y apagaran una noche la compu y se sentasen y les dijesen a sus hijos: “Chicos, hay algo de lo que me gustaría hablarles”?